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Columna de Opinión: Sin fiesta no hay conservación
Sin fiesta no hay conservación…
Terminando el verano son varios los balances que se realizan respecto a cómo se vivieron estos meses estivales y el influjo de visitantes y actividades que llenaron de movimiento a todos los rincones del Archipiélago. Y es meritorio destacar, junto con la mayor o menor presencia de turistas, el retorno de muchos eventos como festivales, encuentros culturales, ferias costumbristas, conciertos, exposiciones y un sin número de actividades que volvieron a ver la luz luego del encierro pandémico en las diez comunas de la provincia. Un verdadero renacer de fiestas, donde los principales asistentes fueron los mismos chilotes y chilotas que, después de mucho tiempo, pudieron reencontrarse en un espacio fundamental para mantener viva la identidad única de este territorio insular.
Y detengámonos un momento en el trasfondo de lo que es “la fiesta”. En «Vida contemplativa: Elogio de la inactividad» (2022) el destacado filósofo contemporáneo Byung-Chul Han, invita a reflexionar sobre la vida hiperactiva que llevamos, intentando recuperar el sentido y el equilibrio interior de la existencia. Para el pensador surcoreano, “la fiesta” es un momento de inactividad que es capaz de producir un verdadero sentido de pertenencia, fomentado un encuentro altruista donde nace el “nosotros”. Por otro lado, nos dice que el capitalismo transforma la fiesta religiosa/secular en un negocio, un espectáculo, un formato de consumo donde no se establece comunidad, sino que plasma la urgencia de la supervivencia individual: uno solo para uno mismo.
A modo de ejemplo, si observamos el sentido de la minga, entendida como una actividad festiva donde lo que prima es la colaboración desinteresada, no monetaria y solidaria; en la que además se comparte, se come, se canta y se reviven las prácticas ancestrales, se puede ver con nitidez como la fiesta, con sus desvíos, excesos y particularidades, es el origen de la cultura. Una época sin fiestas es un tiempo sin comunidad. Y lo que surge es una forma mercantil de comunidad en la que no se forma un “nosotros”.
La colaboración no remunerada es la constructora de vínculos sólidos que permiten lo comunitario. Como afirma Han, para la fiesta, en su versión más pura, la suspensión de la economía es esencial, lo vivo se conserva no para un fin productivo y eso es lo que se celebra. Hoy en día es muy raro tener pausas de contemplación, en un contexto de apuros. Se vive al corto plazo, la vida para el consumo implica que toda necesidad debe ser satisfecha de inmediato, no hay paciencia para una espera en la que algo pueda madurar lentamente. Lo que cuenta es el éxito veloz, en que la vida se acorta y la existencia se empobrece.
La fiesta, y especialmente en Chiloé, es el antídoto, es un tiempo detenido, es la otra cara de la vida misma. En la experiencia festiva, podemos tomar conciencia del tiempo en que vivimos y del espacio que ocupamos, llegar a la potente razón colectiva de ser un “nosotros”. De aquí nace el espíritu estético colaborativo; la poesía, el canto, la danza, la gastronomía, etc. Y se da el modo donde las personas pueden darse cuenta del disfrute de la contemplación porque si, del entorno en que esta se da, que los acoge y que nos pertenece a todos.
Por tanto, es este espacio festivo y compartido desde donde debemos tomar conciencia y admirar el patrimonio natural y cultural. Y, sin duda, debe ser lo festivo el motor del esfuerzo conservacionista. No podemos olvidar que en lo festivo se recrea la comunidad, se une y reúne un sentimiento del “nosotros” y se puede tener noción de lo que no valoramos, pero debemos cuidar, proteger y conservar como “nuestro”: la naturaleza que posibilita la cultura y tradiciones más propias de Chiloé.
Damián Valdés
Encargado Comunidad
Parque Tantauco