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Columna de opinión: ¿Condenados al sacrificio?


¿Condenados al sacrificio?

Hace unos días, en un diario de circulación nacional, el premio nacional de arquitectura Edward Rojas afirmaba sin anestesia que: “Chiloé está convertido en una zona de sacrificio”. La imagen sin duda es fuerte a la hora de asociarla al Archipiélago. Esta calificación ha sido utilizada para diversas localidades del país (Coronel, Huasco, Quinteros, Tocopilla entre otras) donde el desarrollo industrial sin miramientos ha significado una degradación ambiental y social tal, que esos territorios quedan categorizados como espacios donde no es salubre vivir y con todo su potencial turístico atrofiado. Por eso no deja de impactar las declaraciones del destacado arquitecto que en su infancia conoció la belleza y dureza del Desierto de Atacama. Más cuando se refiere al único territorio nacional que cuenta con el doble reconocimiento de ser Patrimonio de la Humanidad por sus Iglesias y ser sitio SIPAM por el valor de su agricultura tradicional desarrollada por comunidades campesinas e indígenas que rescatan la sabiduría y conocimiento ancestral.

Y, sin embargo, sus palabras tampoco sorprenden. Basta ver la situación del tráfico vehicular en la isla, especialmente en los accesos a las principales ciudades, la realidad de la deforestación del bosque nativo y las turberas por la extracción de leña y musgo pompón, el problema del colapso de los diversos vertederos en prácticamente todas las comunas. Sumado al fenómeno de la parcelación para desarrollo inmobiliario con escasa planificación, la sobreexplotación de los recursos marinos o la degradación de ecosistemas fundamentales para la sobrevivencia de especies nativas únicas. Fenómenos que, teniendo múltiples explicaciones, comparten un elemento en común que Rojas identifica muy bien: “La característica tan propia de Chiloé, tan maravillosa, como la dimensión colectiva, ahora se volcó hacia el interés individual, por este mercado feroz que hoy es el que manda.” Un cambio cultural que altera el “maritorio” y con ello redefine la esencia de la identidad chilota. Que es causa y consecuencia incesante de las transformaciones cotidianas. Porque entre mate y milcao, al alero del fogón, nada se detiene y todo va mutando a un ritmo cada vez más veloz. Hasta que sea demasiado tarde, hasta que sólo se puedan habitar los recuerdos.

Pero en todos los rincones del Archipiélago brota una contracorriente, una respuesta incesante. Un sentir rebelde de ciudadanos, ciudadanas, organizaciones civiles y comunidades que no se conforman a ver hechos realidad los peores augurios. Que se conectan para, en las más diversas esferas, desarrollar actividades de protección, concientización y conservación ambiental. Que salen al rescate de la cultura, la gastronomía; los ritos, mitos e historias ancestrales. Que van a las fuentes para encontrar soluciones impensadas. Que, con ingenio y creatividad, como destaca el reconocimiento SIPAM, salvaguardan esta identidad para el futuro. Por eso la fuerza de lo colectivo, la unión y reunión de voluntades de los diversos actores que están dispuestos a hacer algo, es el camino para esquivar el desfiladero. La regeneración de la vida requiere sutileza, más en tiempos de individualismo, en que todos queremos ser especiales y únicos. Para hacer frente al destino evitable hay que apoyarse en los sueños de los otros, hilar la compleja y variada lista de urgencias, que enfrenta Chiloé para tejer respuestas compartidas no excluyentes. Reivindicar la diversidad de lo comunitario y no perder algo que cada vez hace más falta: la capacidad de ponernos de acuerdo y cooperar.

Damián Valdés
Encargado Comunidad
Parque Tantauco


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